Juan Camarena y el absurdo multimedia
Tuve la oportunidad de charlar un rato con el buen Juan Camarena sobre la bolsa llena de proyectos que carga en hombros y que tiene desde feos títeres de trapo hasta caricaturas neurocientíficas.
Juan Camarena es un artista limítrofe en muchos sentidos: del teatro a la animación, de Monterrey a París, de la filosofía punk al audiovisual infantil de culto. Su trayectoria —tan improbable como coherente— conecta a 31 Minutos con las tocadas escolares del Proyecto Nevulador, y al teatro experimental xalapeño de Abraham Oceransky, con un talk show chileno producido en pandemia. Con ayuda de sus propias palabras, esta es la reconstrucción de una historia sobre cómo transitar el complicado camino del absurdo multimedia.
The Geocities way of life
Pocos lo recuerdan, pero en el México del 2012, cometimos la insólita hazaña de apropiarnos la latinoamericanamente aclamada serie ‘31 Minutos’, joya de la tele chilena. El espectáculo itinerante Resucitando una estrella, de la productora Aplaplac, se creó pensando en recorrer las zonas afectadas por el terremoto que sacudió al Biobío en 2010. Más en un impulso caprichoso lleno de admiración, Diego Luna se hizo con los derechos y montó esta obra en México utilizando exclusivamente talento local. Esta obra sirvió como un catalizador para avivar el fervor religioso que se vive por los títeres chilenos entre la audiencia mexicana.
Aquí fue donde la vida de Juan Camarena, un exiliado regiomontano y filósofo graduado en la Universidad Veracruzana, dió un giro inesperado. Una serie de coincidencias lo llevaron a integrarse al elenco mexicano que dio vida a Tulio, Bodoque y compañía. Y desde entonces, sus historias se ramifican desde un apartamento en París hasta el patio de una preparatoria en la colonia Chepevera de Monterrey.
"Obviamente Proyecto Nevulador, entre muchas cosas, fue una banda de rock. Pero siempre quisimos que fuera algo más, un proyecto artístico sin límites", recuerda Juan. "Nunca hicimos nada audiovisual porque no teníamos cámaras, ni idea de cómo hacerlo. No había Adobe Premiere, o si lo había, ni sabíamos que existía. En la prepa no teníamos computadoras decentes. ¡No teníamos nada!"
Pero hay mentes que, a pesar de la precariedad, se abren paso con inquietud y creatividad. En los años previos al Y2K, herramientas como los servidores gratuitos de Geocities ofrecían refugio y archivo para las expresiones artísticas de toda una generación. Una generación que descubría por su cuenta las libertades que podía ofrecer la tecnología de la época.
"Valis, por ejemplo, tomaba las Atalayas de los Testigos de Jehová, les cambiaba los diálogos y las subía a Internet", cuenta Juan. "La burbuja del internet apenas comenzaba. Estaban sitios como loqueqsea.com y otros por el estilo, pero fue en la comunidad de Geocities donde todo el romance con la tecnología comienza... Porque ahí fue donde alojamos ese primer sitio web del Proyecto Nevulador."
Se abría un nuevo mundo de posibilidades y herramientas. Poco a poco la información de incontables latitudes comenzaba a inundar las mentes de las personas más curiosas e inquietas comenzando así serie de exilios regiomontanos.
Las Enseñanzas de Oceransky
Esta inquietud artística lleva a Juan a dejar atrás Monterrey y su ambiente narco-conservador para mudarse a Xalapa y estudiar Filosofía en la Universidad Veracruzana. Allí fue donde descubrió el teatro de la mano de Abraham Oceransky, un referente de la dramaturgia mexicana.
"Una gran influencia para mí fue Abraham Oceransky, teatrero de Xalapa activo desde finales de los sesenta, mencionado incluso en Los Detectives Salvajes. ¡Y sigue vivo el cabrón!", comenta entre risas Juan. "Hace un teatro rarísimo. Me gustó porque fue la primera persona de la que pensé: -Este cabrón es un genio-, aunque no le entendía nada, me hacía clic. Tenía que sumirme en su lógica para entender su universo. Hoy, ciego y todo, sigue vigente haciendo teatro."
Su interés por el teatro creció tanto que, al graduarse, intentó abrir un pequeño teatro en Xalapa, peor el proyecto no logró despegar. Luego se trasladó a Cuernavaca, donde fundó el ‘Teatro Conejo Blanco’, en homenaje al cuento de Lewis Carroll que fue montado por Oceransky en 1971.
"Me mudo a Cuernavaca porque me castean para la obra de ‘31 Minutos’ en CDMX, y ahí me establezco. Ahí nace también el ‘Conejo Blanco’, que mantuve a flote por cuatro años", cuenta. "Pensé que me iría increíble, pero no tenía presupuestado que en Cuernavaca no hay público teatral..."
Como muchos proyectos culturales en México, este también tropezó con obstáculos sistémicos. La violencia del narcoestado se volvió parte del paisaje y en 2014, golpeó duro a Cuernavaca.
"Decidimos cerrar el teatro. Los narcos empezaron a cobrar derecho de piso, y dije: ‘No, pues me largo’", recuerda Juan. "Para entonces ya tenía una relación cercana con el crew chileno de ‘31 Minutos’. Cuando venían a México, me llamaban para apoyar con producción, títeres o como extra. Y entonces les dije: -¿Qué onda, necesitan titiriteros en Chile?-. Me dijeron -Vente, weon-. Y tomé un vuelo a Santiago."

La escuela chilena
Entonces, un mexicano termina inmerso en el universo de uno de los colectivos más innovadores del audiovisual latinoamericano de los últimos 20 años. Esa experiencia se convierte en una segunda escuela artística con unos maestros no menos que peculiares.
"Ellos son una generación chilena muy interesante. Nacieron en dictadura y se profesionalizaron en la democracia. Son gente de los setenta", dice. "Pedro Peirano y Álvaro Díaz crean ‘Plan Z’ en los noventas, un programa para adultos, que es el antecesor directo de ‘31 Minutos’."
Juan lo describe como un show contracultural y brillante: "Hablan en chileno veloz, no en chileno neutro y eso es complicado. Tienen segmentos asquerosamente cómicos. En uno, Vuestros Nombres Valientes Soldados, narran el golpe de Estado según el delirio de la derecha, algo como Pinochet rescatando niños que Allende iba a comerse... Una cosa absurda y genial, arranca con un tarjetón que dice “De los mismos productores de Hitler tenía razón”. Claro, que lo cancelan tras una temporada."
Luego vino ‘31 Minutos’, que nace del esfuerzo de compartir toda esta crítica al sistema de ‘Plan Z’ con las infancias… y sus papás. Se asociaron con los músicos de Chancho en Piedra —Pablo y Felipe Ilabaca— para crear las icónicas canciones del show. Se unen también con La Nueva Gráfica Chilena, un colectivo de arte fundado por Rodrigo "El Guatón" Salinas, Francisco Schultz y Daniel Castro, quienes serían Juanín Juan Harry, Mario Hugo, el mago Dante Torobolino y Calcetín con Rombos Man. Además está Matías Iglesis, del mismo colectivo, que da ese toque de la estética feísta del show: "Es a propósito que los títeres estén feos”, recuerda Juan. “Yo los hacía bien bonitos, y ellos me decían: ‘¡No, no, hazlo más torcido, quítale aquí, ponele allá!’ Y yo: ‘¡Ah, bueno!’"
Tras tres años en Chile, Juan busca retomar su carrera como ilustrador y se muda a París, buscando el sueño latinoamericano de una vida bohemia llena de arte y café. Pero entonces llegó la pandemia.
El absurdo genoma Multimedios
En un colegio católico de clase media en Monterrey surge Proyecto Nevulador: una banda de rock en la que coinciden Daniel Bullé, Dionicio Galarza, Valis Ortíz y Juan. Dos décadas después, la pandemia y el aburrimiento del encierro los reune vía Zoom.
"En 2020, estoy encerrado en un departamento en Paris por la pandemia y Valis me contacta para hacer algo. Ella seguía en contacto con Dionicio y Daniel. Una tarde nos reunimos y desde esa primera junta hubo un clic. No nos veíamos desde 2002 o 2003, pero hubo química", dice Juan. "Volvimos con una especie de ímpetu punk juvenil, ideando cosas muy contraculturales, pero también con la experiencia de ser un semi-adulto de casi 40 años."
Juan recuerda que ese era el momento preciso para desarrollar todo lo aprendido: "Antes de irme a Francia aprendí todo lo que pude de producción audiovisual. Ya tenía lo teatral, pero lo audiovisual lo dominé en Chile. Así me mantuve allá en Paris: haciendo proyectos audiovisuales para otros. Y con estos vatos dijimos: ‘Hagamos algo, pero algo audiovisual... Obviamente no teníamos idea de qué."
Juan recuerda que de repente se abrió una oportunidad de formalizar el esfuerzo. "Estuvimos un tiempo experimentando cosas, hasta que Pedropiedra, el músico chileno, comenzó un proyecto de pandemia que se llamaba 'Aló con Pedropiedra'... una especie de talk show hecho desde casa y él lo conducía con un saco y pijama, todo muy pandémico. Lo interesante era que en ese proyecto participaban Álvaro y Patricio Díaz. Por lo que el show empezó a conocerse como ‘31 Minutos’ en drogas. Y yo dije: 'Ah, de ahí somos'."
Así nació ‘La Voz de Dio’, un peculiar programa de animación experimental que tejía referencias diversas - desde Andrés Bustamante, el Güiri Güiri, Víctor Trujillo y Ausencio Cruz con ‘La Caravana’, Trino y Jis, ‘El Tesoro del Saber’ y los guionistas de ‘La Rosa de Guadalupe’. También se atascaban de los legendarios personajes de la televisión regiomontana: las apasionadas narraciones de Roberto Hernández Jr., los ‘Codazos’ de Don Chucho y Don Rómulo Lozano junto al memorable Cascarita en ‘Mira qué bonito’ .
El proceso era tan caótico como inspirador: "Alguien proponía una historia y de ahí todos la manoseamos. Dionicio y Valis hacían la música, Daniel aportaba voces e ideas. Al final yo lo pegaba todo en Premiere", explica Juan. "Teníamos cinco minutos listos, se los mandé a Pedropiedra, y me dijo que así estaba perfecto. Y yo: ‘¡Chingado, nada tiene sentido!’ Pero lo dejamos así: le pusimos su entrada y su salida a cada episodio y quedó bautizado como ‘La Voz de Dio’."
Un nombre que fuera de ser un gag hacia el hablar chileno, aludía al innato talento para el doblaje de Dionicio: "Valis y yo nos dimos cuenta que tenía un rango vocal brutal. Hombres, mujeres, capibaras. ¡De todo!"
El futuro cerebral
Terminó la pandemia, ‘Aló con Pedropiedra’ se acaba, se abrieron las fronteras y la normalidad regresó a medias. ‘La Voz de Dio’ se pausó en su sexto episodio, pero sirvió como catapulta para nuevos proyectos. Como ‘Cuestión de Mente’ una serie animada que acaba de estrenarse por NTV de Chile y que busca acercar conceptos e ideas de la neurociencia y la filosofía al público infantil.
"De ahí salieron ideas como ‘Cuestión de Mente’, ‘El show del Capibara’, ‘Brainwash’... Y uno sobre Santiago Ramón y Cajal, el neurocientífico español que curiosamente también era fisicoculturista", cuenta Juan.
Algunas de estas ideas, las aterriza en Cerebral, la compañía de medios que mantiene junto con el matemático chileno Elías Alvear, donde buscan integrar los avances tecnológicos dentro del entretenimiento y la educación. "Queremos navegar entre lo que está mal y lo que es increíble de estas nuevas herramientas, empujando lo que creemos que vale la pena", dice. "No dejar que todo pase: debemos subirnos a la ola, empujar lo que queremos ver en el mundo."
A manera de cierre, Juan reflexiona sobre la IA y el futuro: "Hace un año no podíamos generar imágenes como ahora. En seis meses haremos videos increíbles. El crecimiento es exponencial", recuerda también lo que en los últimos días ha inundado las redes sociales poniendo en jaque el uso de estas nuevas tecnologías. “Mi abogado una vez me dijo: -El dinero no tiene olor- y es verdad que muchas veces este lema destrabaría las cosas”, continua. "Me encantaría que OpenAI le dijera a Studio Ghibli: -Aquí tienes dinero para pagarle a todo tu equipo por cinco películas-. Eso sería una situación increíble y muy interesante, porque fuera de lo bueno o malo que ese ofrecimiento pudiera traer, le daría una nueva vuelta a la rueda” concluye Juan.
Fuera de los temas recurrentes para la moral de redes sociales, es claro que estamos llegando a un futuro lleno de curiosidades e incógnitas para la creatividad y las artes… y eso no puede ser tan malo.
Te daría un Pulitzer, si tuviera uno conmigo.
Simplemente maravilloso.